El sabor de la lengua
Smak i Przyjemność Kuchni Meksykańskiej i Języka Hiszpańskiego.
piątek, 12 lipca 2024
wtorek, 26 grudnia 2023
Linterna con luz de Navidad,
Julieta en el bosque
En una pequeña aldea llamada Villa Estrella, la vida tranquila y apacible de Julieta estaba marcada por su familia amorosa y sus modestos pero felices días. Julieta, con su vestido desgastado y cabello al viento, no lo tenía todo, pero la chispa en sus ojos revelaba una riqueza interior que iluminaba su existencia. Su corazón rebosaba de alegría y gratitud por las pequeñas cosas de la vida.
Julieta, una joven de espíritu luminoso, con luminosos dieciséis años de vida, caminaba siempre por el bosque con pelo rubio que danzaba al ritmo del viento invernal. Sus ojos azules, profundos pozos de curiosidad e ilusión, reflejaban la belleza de la nevada que cubría su entorno. Su piel, acariciada por la frescura del invierno, resplandecía como la luna en una noche despejada.
Su figura, delicada y grácil, se movía entre los árboles con una elegancia natural. Julieta irradiaba una mezcla de determinación y bondad, como si llevara consigo la luz de la estrella más brillante. Cada paso suyo dejaba una huella de esperanza en la nieve, como si el mismo bosque respondiera a su presencia con un susurro de secretos mágicos.
De carácter sereno pero apasionado, Julieta llevaba consigo la chispa de la imaginación. Su voz, suave como el susurro de las hojas al caer, resonaba con una melodía que inspiraba confianza y camaradería. Su risa, como campanas lejanas en una noche tranquila, tenía el poder de alegrar hasta el rincón más oscuro del bosque.
Julieta , la exploradora de mundos encantados, parecía que llevaba consigo la linterna mágica con la que iluminaba no solo el sendero que recorría, sino también los corazones de quienes tenía la fortuna de encontrar en su camino. Su presencia, como un destello fugaz de luz estelar, dejaba una marca perdurable en el tejido mágico del bosque y en las almas de aquellos que compartían su aventura.
Julieta vivía con su abuela, Doña Clara, una mujer sabia y amorosa que le enseñó desde pequeña el valor de la gratitud y la alegría en las cosas simples de la vida. Juntas compartían risas en la cocina mientras preparaban las comidas con ingredientes sencillos pero llenos de amor.
En las mañanas, el aroma de las tortillas recién hechas llenaba la casa, y el murmullo de las historias de antaño se mezclaba con el crepitar de la leña en la estufa.
Sus amigos en Villa Estrella eran como una familia extendida. Jugaban juntos en los campos, compartían secretos bajo los árboles centenarios y celebraban cada pequeño logro con algarabía. A pesar de las dificultades económicas que enfrentaba la familia de Julieta, la comunidad se apoyaba mutuamente, y las risas resonaban más fuerte que cualquier pesar.
Las tardes en Villa Estrella eran un lienzo de colores cálidos pintados por el sol que se ocultaba detrás de las colinas, mientras los niños corrían por las calles adoquinadas y las abuelas tejían historias en los portales.
La Navidad se acercaba, y Julieta, a pesar de no tener muchos regalos materiales en su vida, siempre encontraba razones para sonreír. Era una tradición en Villa Estrella adornar las calles con luces centelleantes y compartir historias al calor de la fogata. La gente se envolvía en mantas tejidas a mano, compartiendo el calor humano que llenaba sus corazones.
En el corazón del invierno, Julieta soñaba con la magia de la Navidad, con luces que parpadeaban como estrellas en el cielo nocturno y risas que resonaban como campanas. Julieta se encontraba sumida en una melancolía silenciosa. Villa Estrella, con sus calles iluminadas por las tenues luces navideñas, era testigo del brillo apagado en los ojos de la joven. Su familia, aunque unida por el amor y la fortaleza emocional, enfrentaba tiempos difíciles.
Julieta, con su vestido desgastado y cabello al viento, sentía el peso de no poder proporcionar regalos materiales a su familia y amigos. La tradición de intercambiar obsequios en Villa Estrella añadía una capa de tristeza a su corazón sensible. Los días pasaban como suspiros cargados de anhelos no cumplidos.
La tarde antes de Navidad, cuando el cielo se pintaba con tonos de melocotón y violeta, Julieta decidió caminar hacia el bosque cercano. Sus pasos resonaban en el suelo cubierto de hojas secas, cada crujido un eco de su tristeza. El viento acariciaba su rostro, llevándose consigo sus suspiros y llevándola hacia la profundidad del bosque.
Entre los árboles desnudos, Julieta se detuvo en un claro bañado por la luz crepuscular. Allí, sentada sobre una roca gastada por el tiempo, se permitió sentir la melancolía que la había acompañado durante tanto tiempo. Sus pensamientos danzaban entre la incertidumbre y el deseo de brindar felicidad a quienes amaba.
El crepúsculo teñía el cielo con pinceladas doradas mientras Julieta , con el peso del mundo en sus hombros, buscaba respuestas en la quietud del bosque.
El murmullo del arroyo cercano parecía contarle historias de esperanza. Julieta, con lágrimas en los ojos, observó cómo una hoja se desprendía de una rama y caía lentamente hacia el suelo. Esa simple danza otoñal le recordó la fugacidad de la tristeza y la belleza efímera de la vida.
En un momento de claridad, Julieta decidió que su regalo para su familia y amigos no sería envuelto en papel brillante ni atado con un lazo perfecto. Su regalo sería el amor, la compañía y la luz que solo ella podía ofrecer. Se levantó con determinación, decidida a cambiar la tristeza en su corazón por una chispa de esperanza. Así que regresó a su paseo por el bosque nevado.
El sol poniente teñía el bosque de un rosa suave mientras Julieta, con una mirada llena de curiosidad, descubría el regalo que le deparaba el destino.
Julieta : ¡Oh, vaya! ¿Dónde estoy? Este bosque parece haber cambiado ahora.
Notando algo raro entre unas hojas y ramas caídas en la tierra, descubría un paquete misterioso. Con ojos de incredulidad y sorpresa, veía que era una linterna de aspecto antiguo y ricamente decorada con grabados finos y exquisitos.
Su expresión de sorpresa se transformó en asombro cuando algunos duendes aparecieron entre las sombras, con sonrisas traviesas.
Los duendes saltaron de entusiasmo y un duende con ojos brillantes y mirada chispeante, saludó con un gesto juguetón.
Duende 1: ¡Hola, hola! ¡Bienvenida a nuestro bosque mágico!
Julieta, con los ojos llenos de maravilla, respondió.
Julieta : ¡Hola! Soy Julieta . ¿Y ustedes quiénes son?
Los ojos brillantes de los duendes destellaban con magia y sorprendidos por la sencillez de Julieta, sonrieron ante la humildad que irradiaba. Dando saltos de emoción, rodearon a Julieta.
Duende 2: Somos duendes mágicos. ¡Y has encontrado algo especial!
Con una expresión juguetona y risueña, el duende hizo un gesto hacia la linterna.
Julieta, con una mezcla de curiosidad y emoción, levantó la linterna.
Julieta: ¿Esto? ¿Una linterna? ¿Es mágica?
Los ojos de los duendes centelleaban con entusiasmo y asintieron emocionados. Con voz animada y un brillo travieso en los ojos, respondió un duende.
Duende 1: Sí, sí, ¡muy mágica! Te llevará a un lugar increíble. ¿Quieres probar?
Guiada por la luz parpadeante de la linterna, Julieta llegó a un claro donde los duendes trabajaban diligentemente entre destellos de polvo de estrellas. Un arcoíris de colores danzaban sobre sus pequeños dedos ágiles.
Julieta: ¡Guau! Este lugar es asombroso. ¿Quiénes son todos estos duendes?
El taller de los duendes estaba lleno de tesoros centelleantes y la fragancia dulce de caramelos navideños. Con cejas arqueadas y gesto enérgico, otro duende saludó a Julieta.
Duende 3: ¡Hola, Julieta! Bienvenida a nuestro taller. Estamos preparando regalos para la gran noche.
Los duendes, ocupados en su taller, irradiaban una alegría contagiosa.
Rodolfo, un reno, se acercó a Julieta con ojos amistosos, cuernos adornados y un destello travieso. Su pelaje brillando como si estuviera cubierto de purpurina. Y dijo.
Rodolfo: ¡Para todos en Villa Estrella! ¡Es la Navidad, el momento de dar y alegrar los corazones.
Duende 2: ¡Julieta, gracias por ayudarnos! Ahora, ¡es hora de repartir los regalos!
Los duendes, con gorros ahora iluminados como farolitos, cargaron sacos llenos de regalos brillantes.
Rodolfo: Súbete a mi espalda, ¡volaremos juntos por los cielos de Villa Estrella!
La noche de Navidad pintó el cielo con tonos de azul profundo y estrellas centelleantes. Julieta, montada en la espalda de Rodolfo, sintió la magia vibrar en el aire
Duende 1: ¡Y yo llevaré el saco de regalos! ¡Vamos a hacer que esta Navidad sea la mejor!
Despedida
La magia de la noche envolvió Villa Estrella cuando Julieta y Rodolfo regresaron después de repartir regalos. Los duendes sonreían, y Rodolfo guiñó un ojo amistoso.
Julieta: Gracias a todos por esta aventura increíble. ¿Volveré a verlos?
Los duendes asintieron, sus luces parpadeando en la oscuridad.
Duende 3: Siempre que guardes la linterna mágica, Julieta. La magia está en tu corazón.
Julieta abrazó a Rodolfo, sintiendo la calidez de la amistad.
Rodolfo: ¡Exactamente! ¡Feliz Navidad, Julieta!
Julieta: ¡Feliz Navidad a todos! ¡Hasta la próxima!
La linterna que había encontrado en el bosque, ahora iluminada por su resolución, guió a Julieta de regreso a Villa Estrella. Cada paso resonaba con una nueva determinación, y su rostro, iluminado por la linterna mágica, reflejaba la transformación interna que había experimentado en el bosque.
El bosque, testigo de la metamorfosis emocional de Julieta, se sumió en la quietud nocturna mientras la linterna proyectaba su luz en el camino de vuelta a casa.
Al llegar a su hogar, Julieta abrazó a su abuela Doña Clara con una ternura renovada. Compartió sus pensamientos, sueños y la epifanía que la había abrazado en el bosque. La pequeña aldea comenzó a sentir una energía diferente, una mezcla de amor y esperanza que se extendía como un suave resplandor por las calles.
Y así, en la víspera de la Navidad, Julieta, con su linterna mágica en mano, se dirigió a la plaza central de Villa Estrella. Sus amigos y vecinos, al ver la luz que emanaba de su ser, se unieron a ella en una celebración diferente. No había paquetes perfectamente envueltos, pero sí había risas, abrazos y la comprensión de que el verdadero regalo era el amor compartido entre ellos.
La plaza se llenó con risas y cantos, y la linterna de Julieta brillaba como un faro de esperanza en la noche estrellada de Villa Estrella.
En ese instante, Julieta tomó la palabra, y su voz resonó con una emotividad que tocó los corazones de todos.
Julieta: “Esta Navidad, no traigo regalos envueltos en cintas brillantes, pero traigo algo más precioso: el regalo del amor, la conexión y la luz que todos llevamos dentro. Esta linterna, encontrada en el bosque, simboliza la esperanza que descubrí en mi corazón. Que esta luz nos guíe hacia un año nuevo lleno de amor y comprensión. ¡Feliz Navidad, mi querida Villa Estrella!”
Y así, bajo el firmamento estrellado, Julieta y su linterna mágica iluminaron no solo la plaza central sino también los corazones de quienes la rodeaban. En ese momento, entendieron que, en la oscuridad, siempre podemos encontrar una luz interior capaz de cambiar nuestras vidas y las vidas de quienes amamos.
Entonces, mientras Julieta compartía su mensaje de amor y esperanza, la linterna mágica brilló con una intensidad especial, y de entre los árboles.
Mario Córdova Sánchez.
poniedziałek, 8 sierpnia 2022
La liebre y la tortuga
Fábula de Esopo
Aquel día de verano todos
los animales del bosque se
sentían contentos. La liebre
estaba a la sombra de un sauce,
charlando con el señor erizo y la
señora coneja. Por el camino, la
tortuga regresaba de hacer la
compra. Iba tan cargada, que la
pobre se tenía que parar a cada
paso porque no podía más. Cuando llegó
junto al árbol, la liebre fue la primera en
saludarla:
-¡Buenos días, tortuguita! ¡A ese paso,
usted no llega a su casa en todo el día!
-¡Buenos días, amigos!
-dijo la tortuga, mientras se quitaba el sudor con la mano-
¡Ah, señora liebre! No se preocupe
tanto por mí y ocúpese de sus cosas.
La señora coneja y el señor erizo
se sonrieron. La liebre, como era
muy orgullosa y vanidosa, no soportaba
que nadie le dijera lo que no quería oír. Así
que contestó a la tortuga:
-¡Hay que ver el mal humor que se gasta
esta mañana! No he querido ofenderla. Sólo
he dicho lo que todo el mundo dice, lo que
todo el mundo sabe: usted es más lenta que el
cangrejo.
-¡Está bien!-dijo la tortuga-. Sé mejor
que nadie que soy lenta y que mis pies no
corren como los suyos. Pero también sé que soy
fuerte y consigo todo lo que deseo. Así que, si
usted quiere, le voy a proponer esta apuesta. EI
domingo, usted y yo haremos una carrera
desde este sauce hasta la orilla del río, a ver
quién llega el primero —y la tortuga
continuó hablando con los otros
animales—. Si el señor erizo está
de acuerdo, será el juez. Y usted,
señora coneja, puede avisar a todos
los animales para que vengan a
vernos.
La liebre, la coneja y el erizo se
miraron sorprendidos. La liebre,
muy divertida, exclamó:
-¡Con este sol, no es extraño
que a la tortuga se le hayan
reblandecido los sesos! Pero está
bien. El domingo habrá carrera entre la
tortuga y yo.
La tortuga volvió a coger sus bolsas
y deseó un buen día a sus amigos.
A partir de ese momento, en cuanto tenía
un rato libre, la tortuga entrenaba por
los caminos del bosque. Su único deseo
era ganar a la presumida liebre.
Pasaron los días y llegó el
domingo. Todos los animales del
bosque madrugaron para coger un
buen sitio y poder ver la carrera. A
las diez de la mañana,
el camino del sauce hasta el río
estaba leno, no cabía ni una
pulga. En cuanto apareció la tortuga,
no hubo animal pequeño o grande
que no se burlase de la pobre:
iVamos, que tú puedes!
-le decía el gamo con sorna.
-Hoy vas a ser la reina de
la velocidad —le gritaba el zorro.
-Qué se habrá creído!
-exclamó el caracol–. Hasta yo
soy capaz de ganar a la tortuga.
Cuando llegó el momento, el juez dio el
pistoletazo de salida. La tortuga comenzó a
andar pasito a paso. La liebre, que se
creía muy graciosa, iba detrás de ella
imitando su forma de caminar
exclamando:
-¡Pobre de mí, pobre de mí! Yo, que
siempre gano a los perros, voy a perder esta
carrera con la tortuga. ¿Han visto? ¡Me va a
ganar, ay, qué pena! A partir de ahora, los
cazadores, en vez de perros, llevarán tortugas.
Los animales no paraban de reír. Unos
invitaban a la liebre a tomar un trago; otros
le daban conversación. Pero la tortuguita,
sin hacer caso de nadie y de nada, seguía
caminando. A lo lejos, oía que la liebre
decía:
-Hasta el último momento, no pienso dar
ni un paso.
Los conejos y los topos aplaudieron
a la liebre y la invitaron
a tomar un aperitivo. Comió
y bebió tanto que le entró
un sueño atroz. Así que se
echó a dormir sobre la hierba
y se olvidó totalmente de la carrera.
Cuando se despertó, vio cómo la tortuga
estaba a punto de llegar a la meta. Fue
entonces cuando la liebre saltó
como un rayo. Pero sus patas, aunque
eran muy rápidas, no pudieron hacer
nada. La tortuga ya había pasado
la meta. Todos los animales
la aplaudían y la felicitaban.
Cuando llegó la liebre,
la tortuga se acercó a ella
y le dijo al oído:
-No seas presumida, no seas orgullosa,
y aprende que en la vida
existen los demás.
Recuerda que a la meta
quien más habla no llega,
sino el que paso a paso
trabaja por llegar.
niedziela, 20 lutego 2022
Cuentos para niños: Garbancito, cuento popular español. Nivel A2/B1
Érase una vez un matrimonio que no
tenía hijos y todos los días pedía a
Dios que les diese uno, aunque fuese tan
pequeño como un garbanzo.
Y tanto y tanto rogaron que, finalmente, lo
tuvieron. Como el niño resultó ser en verdad
tan pequeño como un garbanzo, lo llamaron
Garbancito.
Una hora después de nacer, el niño
sorprendió a su madre, diciéndole:
-Tengo hambre,
quiero pan.
Garbancito se comió medio pan en un
santiamén y pidió varios trozos más. Cuando
estuvo lleno, dijo:
-Madre, saque la burra de la cuadra
y prepáreme la cesta con la comida de
mi padre. Voy a llevársela al campo.
-Hijo mío, ¿cómo vas a hacer eso con lo
pequeño que eres?
-Usted haga lo que le digo, porque yo sé
muy bien lo que tengo que hacer.
La madre puso las alforjas a la burra
y dentro metió la cesta. Después, subió
a Garbancito al lomo del animal. El niño
corrió por el pescuezo hasta meterse
en una oreja del animal.
-iArre, burra! ¡Arre, burra!
-gritaba Garbancito.
Y la borriquilla le obedecía. Cuando llegaron
a la mitad del camino, se encontraron con
unos gitanos que, al verla, exclamaron:
-¡Mirad, esa burra va sola! Vamos
a cogerla!
-iDejad a burra en paz, que tiene dueño!
Al oír aquella voz, que no era
sino la de Garbancito, los gitanos
echaron a correr, creyendo que
la burra estaba embrujada.
Cuando Pulgarcito llegó
a la tierra donde trabajaba
su padre, le dijo:
-Padre, bájeme al suelo que
vengo en la oreja de la burra.
Como el pobre hombre se había
quedado alelado, le tuvo que hablar
de nuevo:
-Padre, soy Garbancito, su hijo, y le traigo
la comida.
El padre hizo lo que el hijo ordenaba y una
vez que estaba en el suelo, Garbancito le dijo:
-Mientras usted come tranquilo, yo araré
la tierra con los bueyes.
-No, hijo, eres muy pequeño para trabajar.
-Ya verá, padre, qué bien lo hago. Póngame
encima de uno de ellos y se lo demostraré.
Al poco rato, se oía la voz de Garbancito
que animaba a los bueyes:
-¡Arre, Lucero! ¡Vamos, Moreno!
Garbancito acabó de arar en poco tiempo.
Luego llevó los bueyes a la cuadra y se puso
a dormir en el pesebre de Lucero que,
sin darse cuenta, se lo comió.
Como Garbancito tardaba en llegar, su padre
fue a buscarlo a la cuadra y lo llamó:
Garbancito, ¿dónde estás, que no te veo?
Y Garbancito contestó:
-Estoy en el vientre de Lucero.
Para sacarlo de allí, sus padres
tuvieron que matar al buey,
pero por mucho que miraron en
el vientre del animal, no vieron
a Garbancito por ninguna parte.
Esa noche, el lobo entró en el corral y se
comió las tripas del buey y a Garbancito,
que estaba dentro.
Cuando a la mañana
siguiente el lobo se
aproximaba a unas
ovejas, Garbancito
gritó con todas
sus fuerzas a los
pastores:
-Cuidado, que el lobo se acerca!
Inmediatamente, los pastores corrieron
detrás del lobo y le dieron su merecido.
Mientras le abrían la barriga, Garbancito les
decía:
-¡Cuidado con la navaja, que me vais a
cortar!
Por más que miraron en el vientre del lobo,
los pastores no vieron por ninguna parte al
chiquillo. Con las tripas del lobo hicieron un
tambor y dentro de él quedó Garbancito.
En esto aparecieron unos ladrones y los
pastores salieron corriendo, dejándose el tambor.
Aquellos bandidos colocaron su botín debajo
de un árbol y empezaron a repartirlo. El jefe de
la banda decía:
-Este sombrero es para Juan; la jarra para
Andrés y la flauta para mí.
Entonces oyeron una voz que decia:
- ¿Y qué me vais a dar a mí?
-¿Quién ha dicho eso? — gritó
el jefe a sus hombres.
Nadie contestó: todos movían la cabeza
queriendo decir que no.
Viéndolos tan asustados, Garbancito
se puso a tocar el tambor. Al ver
que sonaba sin que nadie lo
tocase, los ladrones huyeron
y dejaron sus tesoros bajo
el árbol.
Entonces Garbancito arañó el tambor, hizo
un agujero y salió de alli. Después, cogió el
saco de los ladrones y se fue a su casa.
Los padres se llevaron una gran alegría.
¡Por fin había vuelto el niño y, además, los
había hecho ricos!
Al año siguiente, los ladrones regresaron
al pueblo. El jefe de la banda tenía tanta sed
que fue a pedır agua a una casa que era,
precisamente, la de Garbancito. La madre
se la sirvió en una de las copas robadas y, al
verla, el ladrón exclamó:
-¡Señora, esta copa es mía! ¿Se puede saber
de dónde la ha sacado?
La madre no contestó, pero dio
al ladrón con la puerta en las
narices. Al poco rato, el jefe
de la banda se reunió con sus
hombres, les contó lo que le había
sucedido y les dijo:
-Esta noche iremos a recuperar
lo que es nuestro.
Pero Garbancito, que también
estaba avisado, le comentó
a su madre:
-Quiero que enciendas
la chimenea y pongas al
fuego un gran
caldero con aceite
hirviendo.
Garbancito se sentó junto al fuego a esperar
a los ladrones. A medianoche, sintió ruidos en
el tejado y oyó que el jefe de la banda decía a
sus hombres:
-Voy a bajar por la chimenea. Atadme una
cuerda a la cintura y me dejáis caer
suavemente. Cuando grite, me subís.
Los ladrones así lo hicieron y al poco rato,
oyeron unos gritos terribles:
-¡Subidme deprisa, subidme que me abraso!
Cuando oyeron estos gritos, los ladrones se
asustaron muchísimo. Se bajaron del tejado y
dejaron que el jefe se abrasara en el caldero.
Desde entonces, Garbancito vivió con sus
padres feliz y contento.