wtorek, 23 listopada 2021

Relatos fantásticos: El corazón delator.



El tema de nuestro podcast será: Relatos fantásticos. El corazón  delator del escritor  Edgar Allan Poe.

La vida de EDGAR ALLAN POE (1809-1849) fue una dramática lucha contra el infortunio y contra sus propios demonios interiores. La dependencia del alcohol y de las drogas no le ayudó a paliar su infelicidad y a aliviar los tormentos de su espíritu, aunque si consiguió degradar su salud física, sin que por ello mermaran sus extraordinarias facultades intelectuales e imaginativas. En una de sus frecuentes crisis, borracho y enfermo, fue recogido en una taberna de Baltimore y trasladado a un hospital, donde moriría poco después sin recuperar la lucidez.

 

Dotado de una imaginación tan desbordante como atormentada, su genio creador y el perfecto dominio del lenguaje hicieron que de su pluma salieran relatos policiales magistrales y algunas de las más logradas narraciones de terror de todos los tiempos, hasta el punto de que, tanto en un género como en otro, su obra marca un hito en la historia de la literatura universal.

 

Los mejores y más conocidos cuentos del género fantástico lo recogió en el volumen titulado Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (1840), de los que cabe destacar por su perfección y atmósfera inquietante «El hundimiento de la casa Usher»,

«El barril del amontillado». Como poeta, además, ejerció una decisiva influencia en la renovación de la lírica moderna, con memorables composiciones como «El cuervo» o «Ulalume».

 

«El corazón delator» (1943) es una pequeña obra maestra en donde pueden apreciarse algunas de sus principales virtudes como narrador: la economía de medios expresivos y la extraordinaria capacidad para crear una atmósfera obsesiva, inquietante, que se resuelve magistralmente en un genial golpe de efecto en las últimas líneas.

 


Traducción del relato del escritor y traductor argentino, Julio Cortázar.



¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno.

¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia. Me es imposible decir cómo me entró aquella idea en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó

noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

 

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio..., ¡si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad pro-

cedí! Con qué cuidado.., con qué previsión..., con qué disimulo me puse a la obra.! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba

una linterna sorda', cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente..., muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... (oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de

buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches..., cada noche, a las doce..., pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándole por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la

noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarle mientras dormía.

 

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano.

Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes

pensarán que me eché atrás..., pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente...

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando: 

 

-¿Quién está ahí?

 

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo,  y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando. Al igual que yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared la carcoma que anuncia la muerte.

 

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: «No es más que el viento en la chimenea..., o un ratón que corre por el suelo», o «un grillo que chirrió una sola vez». Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que le movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna. Así lo hice —no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado—, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de una araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par…, y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posi-

ble el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se iba haciendo, por momentos, cada vez más rápido, cada vez más y más intenso. ¡El

espanto del viejo tenía que ser terrible! ¡Y el sonido no cesaba de aumentar y aumentar! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y a aquella hora de la noche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, aquel resonar tan extraño me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez..., nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarle al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Si, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por un loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba,

mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas.

 

Levanté luego tres tablas del entarimado de la habitación y escondí los restos del cuerpo en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo hu-

mano -ni siquiera el suyo-- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar..., ninguna mancha.., ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso: lo había hecho todo en una tina, ¡ja, ja!

 

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En el momento en que se oyeron las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy cortésmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la

posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

 

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se

había ausentado al campo. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que lo revisaran todo bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias, traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

 

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba particularmente tranquilo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mien-

tras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido

en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero no cesaba y se iba haciendo cada vez más definida... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y qué podía hacer yo?

Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías parecían no oír nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia..., maldije.., juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso,

pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto.. más alto... más alto! Y, mientras tanto, los hombres continuaban charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro

que oían y que sospechaban! ¡Lo sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir! Y entonces... ¡otra vez....! ¡Escuchen...! ¡¡Más fuerte..., más fuerte..., más fuerte..., mas fuerte!!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que yo lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí, ahí, donde está latiendo su horrible corazón!


 

 

niedziela, 14 listopada 2021

 La tecnología del futuro.

Introducción a la cibernética. Capítulo 1. Nivel A2/B1.



El tema de nuestro podcast será: La tecnología del futuro. Introducción a la cibernética.

En el siguiente texto, escucharás palabras tal vez nuevas para ti, escúchalas y memorízalas:


Evolución, se deriva, complejo, informativa, empírico, desarrollo, alcanzar, prefijado, aparición, análisis, resolver, elevar, labor, rama, influye, favorablemente, dispositivo, atomatización,elaboración, esfera, realidad, vigilante, termodinámica, solución, reflejo,   

rumbo, autodirigido, imitar, capaces, aulladora, retroacción, paloma, arrastrarse, señalizador, nicho, golpe, fisiológico, autorregido, circulación, confusión.


 

La evolución de la tecnología que conocemos hasta ahora, ha sido desarrollada gracias a la cibernética. La cibernética (del griego Χμβερτητιχή (πέχνη), arte de dirigir que se deriva de χμβερτξα, timoneo, dirijo) es la ciencia que se ocupa de los procesos de dirección en los sistemas dinámicos complejos y que tiene por fundamento teórico las matemáticas y la lógica, así como el empleo de la automática, especialmente de calculadoras electrónicas y de máquinas de control y lógico-informativas. Esta ciencia ha recurrido desde muy antiguo al empleo empírico de métodos elementales que han tenido la necesidad de dirigir cualquier proceso de complejo desarrollo, con el objeto de alcanzar un objetivo determinado en el tiempo prefijado. A partir de la década de los años 40 del siglo pasado comenzó a dejarse sentir con mayor agudeza la necesidad de perfeccionar la dirección. Ello dio lugar a la aparición de la cibernética, la cual ha cubierto el camino al empleo del análisis científico exacto para resolver los problemas relacionados con la utilización más conveniente de los medios técnicos actuales en la tarea de elevar la calidad de la labor de dirección. La cibernética se basa en los éxitos de toda una serie de ramas de la ciencia y la técnica modernas, y, a su vez, influye favorablemente en su desarrollo.

Por un lado, su aparición se halla estrechamente ligada a los trabajos que se llevan a cabo para crear complicados dispositivos de automatización, y, por otro, al desarrollo de las ciencias que estudian los procesos de dirección y elaboración de la información en esferas concretas de la realidad. En la preparación y desarrollo de la cibernética han participado numerosas ramas del saber: la teoría de la regulación automática y de los sistemas vigilantes; la termodinámica; la información; la teoría de los juegos y de las soluciones óptimas ; la lógica matemática; la economía matemática, etc., así como el complejo de ciencias biológicas que estudian los procesos de control de la naturaleza viviente (la teoría de los reflejos, la genética, etc.). En la cibernética ha jugado un papel decisivo el desarrollo de la automática electrónica y la aparición de calculadoras electrónicas rápidas, que han descubierto nuevas posibilidades a la colaboración de la información y a la modelación de los diferentes sistemas de dirección.

 

Las ideas fundamentales de la cibernética como disciplina especial, que constituye la síntesis de toda una serie de rumbos del pensamiento científico y técnico, las formuló en 1948 Norbert  Wiener, en su obra Cybernetics or Control and Communication in the animal and the machine. (Cibernética o Control y Comunicación en el animal y la máquina).

Norbert Wiener propuso emplear el vocablo “cibernética” para denominar la rama de la ciencia encargada de efectuar la dirección y la comunicación en los organismos vivos y en las máquinas. Su primer libro de cibernética, fue publicado en 1948, estaba dedicado a exponer los fundamentos generales de la ciencia sobre los mecanismos y sistemas autodirigidos, independientemente de que debieran su creación a la naturaleza o al individuo.

La historia del desenvolvimiento de la cibernética conviene considerarla bajo dos aspectos: como historia multisecular de desarrollo de los mecanismos y sistemas de dirección en la fisiología y la técnica y como historia de setenta y tres años de cibernética, en la forma en que aparece en los trabajos de Norbert Wiener y sus más próximos discípulos, colaboradores y seguidores.

El período comprendido entre los tiempos antiguos y el siglo XVII hay que considerarlo como la prehistoria de los sistemas autodirigidos. Este periodo se caracteriza por la creación de mecanismos automáticos, que imitaban las propiedades externas de los animales y las personas (movimientos, gestos, sonidos). La verdadera historia comienza a partir del siglo XVII, que se caracteriza en fisiología por el descubrimiento de William Harvey y en la técnica por la creación de mecanismos capaces de reproducir las facultades mentales del hombre (Pascal, Leibniz) y por la de otros dotados de retroacción (Huygens). 

 

La historia de la técnica nos dice que ya en el siglo IV (a. n. e.) se realizaron intentos de construir sistemas automáticos que reprodujesen los movimientos de los seres vivos. Arquitas de Tarento (siglos V-IV), por ejemplo, construyó una paloma voladora; Demetrio de Faleria (siglos IV-III), un caracol que se arrastraba. Uno de los discípulos de Platón montó un señalizador automático, con ayuda del cual llamaba a sus discípulos a las clases, que tenían lugar en la Academia (siglo IV a. n. e.). La historia recuerda el androide de Ptolomeo Filadelfo, mecanismo que imitaba los movimientos humanos (siglo III a. n. e.) y los actores automáticos que representaban en el teatro de Herón de Alejandría una obra en 5 actos y 8 cuadros sobre el regreso a la patria de los héroes de la guerra de Troya (siglo I  a. n. e.).

 

En la Edad Media, la tendencia a reproducir los movimientos de los organismos vivos, con ayuda de procedimientos técnicos, continúa desarrollándose. Merecen ser señalados los siguientes hechos: el reloj de Gaaz (siglo V de n. e.), que poseía un juego de figuras, las cuales, cada hora, salían de sus nichos y daban el correspondiente número de golpes, según una señal de la figura central; las figuras aulladoras de grifos y leones, y también los pájaros cantores, a los lados del trono de oro del emperador bizantino Teófilo, obra del mecánico León el Filósofo; el autómata de R. Bacon y Alberto Magno (siglo XII), los cuales dedicaron cerca de treinta años a la construcción de un mecanismo en forma de figura humana, que en respuesta a las llamadas a la puerta, la abría y saludaba al recién llegado con una inclinación de cabeza.

Durante el Renacimiento aumentó el interés por la creación de autómatas que imitasen los movimientos de los animales y del hombre. Así, Johannes Müller von Königsberg (Regiomontano) (1436-1476) conocido astrónomo, matemático y constructor alemán, creó una serie de autómatas, entre los cuales figuraba una mosca que corría alrededor de la mesa y un águila que fue colocada en las puertas de Núremberg, para desde allí saludar, agitando las alas y moviendo la cabeza, al emperador Maximiliano, cuando este hiciera su entrada en la ciudad.

 

Leonardo da Vinci (1452-1519) construyó un mecanismo automático en forma de león, que en Milán, durante la ceremonia de recepción de Luis XII, se movía él solo por el salón del trono. Después de detenerse a los pies del rey, el león automático descubría con sus patas el pecho, del cual comenzaban a desprenderse flores de lis blancas, emblema de los monarcas de Francia.

 

Juanelo Turriano, conocido matemático y mecánico del siglo XVI, preparó para Carlos V numerosos juguetes automáticos, entre los que figuraban soldados armados marchando, tocando el tambor y la corneta, pájaros voladores, etcétera.

Tan maravillosos autómatas permiten constatar en la obra de numerosos científicos e ingenieros de la antigüedad una tendencia multisecular a copiar o a modelar en cierto modo el comportamiento de los seres vivos. No podemos dejar de señalar que semejante tendencia también es propia de la actualidad.

En el siglo XX pudimos observar con interés cómo muchos fisiólogos, neurofisiólogos e ingenieros de diferentes países proyectaron y construyeron modelos electrónicos de ratones, tortugas, perros, zorros, y otros animales. Naturalmente, que esta repetición de la historia tiene lugar sobre una nueva base técnica y persigue objetivos algo distintos.

 

En el siglo XVII es, como ya hemos indicado, el comienzo de la verdadera historia de los componentes tanto fisiológicos como técnicos de la cibernética. En 1615, el médico inglés William Harvey descubrió el sistema de la circulación de la sangre. Mostró, expresándonos en la terminología actual, que la circulación de la sangre es un sistema autorregido, en el que el corazón desempeña el papel de centro rector. I. P. Pávlov dijo refiriéndose al descubrimiento de Harvey:

"...entre las profundas tinieblas y la actual confusión reinantes en las ideas sobre la actividad de los organismos animal y humano, pero iluminadas por la autoridad inviolable del legado científico clásico, el médico  William Harvey estudió una de las funciones más importantes del organismo --la circulación de la sangre-, estableciendo con ello el fundamento de un nuevo capítulo del saber humano: la fisiología animal.



wtorek, 2 listopada 2021

El tema de nuestro podcast será la continuación del tema: La fiesta de Día de Muertos en México. Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad UNESCO.

Capítulo 2





 

Algunas fuentes, como las crónicas de De las Casas y Motolinía, describen al

Mictlán como un solo "infierno" conformado por nueve niveles o moradas, donde

se distribuían los que morían de muerte natural. Entre los antiguos mexicanos,

en efecto, no era la forma de vivir la que marcaba el destino de los hombres, sino su forma de morir. Las personas que morían de enfermedades iban a lo que

Sahagún identificaba como el infierno, un "lugar obscurísimo que no tiene luz

ni ventanas" y que constituía una morada permanente. Tanto los cautivos como

los que morían en las batallas se dirigían en cambio a un lugar celeste, cercano al

sol, donde as ánimas de los difuntos recibían las ofrendas de los vivos antes de

convertirse en aves que "andaban chupando todas las flores, así en el cielo como

en este mundo", según las describe Sahagún (1956 [1547]).

 

Además de la morada celeste y el inframundo se encontraba el Tlalocan o "paraíso

terrenal", hacia donde se encaminaban aquellos que fallecían ahogados o fulminados

por un rayo. Concebido como el lugar de la abundancia, donde sólo existía la

estación pluvial, Tlalocan era el destino de aquellos que habían sido elegidos por

Tláloc, el dios de la lluvia, cuyas representaciones aparecen generalmente vinculadas

a los cuatro postes de los confines del mundo y al árbol cósmico, ubicado en el

centro, que conectaba las fuerzas celestes con las del inframundo (López-Austin,

1994). Los niños que morían durante la lactancia estaban también vinculados a un

árbol mítico que crecía en el valle de Tonacacuaubtitlan y que se conocía como el

"árbol de nuestro sustento" o como el "árbol nutriente". El nombre derivaba de

los senos maternos que colgaban bajo sus ramas; destilante de leche, los niños de

tierna edad acudían a él para alimentarse mientras esperaban volver a nacer en el

seno de sus madres.

 

Algunos antropólogos estiman que la multiplicidad de celebraciones, ofrendas

y ceremonias mortuorias que se llevaban a cabo durante el año, no eran ajenas a

las distintas categorías de los difuntos. Teóricamente, había tantas celebraciones

de los muertos durante el año como formas identificadas de morir. De ahí que se

efectuaran celebraciones para aquellos que morían de causas naturales durante la

infancia o durante la guerra, o bien para los que fallecían por fenómenos climáticos

asociados con el agua. Las siete celebraciones de los muertos que se desarrollaban

a lo largo del ciclo ceremonial estaban, al parecer, relacionadas con las distintas for-

mas de muerte y con el desarrollo del ciclo agrícola, ya que los antiguos nahuas

comparaban metafóricamente la vida del ser humano con el ciclo del maíz. Así,

mientras el desarrollo de la mazorca era equivalente al ciclo vital de un individuo, las

fiestas del año marcaban las etapas del maíz tierno y de la maduración de la cosecha.

En los meses cercanos a la recolección, hacia finales de octubre y principios de

noviembre, se daba de beber a los pobres pinole diluido en agua y se acostumbraba

oler el aroma de la flor de cempoalxúchitl, conocida hoy en día como "flor de

muerto". El maíz, la flor y la abundancia serían los elementos que se integrarían

más tarde a la fiesta colonial de los muertos, pero sólo en la medida en que éstos

habían sido centrales en el antiguo ciclo ceremonial.

 

ADAPTACIONES COLONIALES AL MODELO PREHISPANICO

 

El proceso sincrético que siguió a la conquista española debe ser entendido

como la integración de aspectos selectivos que provenían de distintas tradiciones

históricas. La cultura religiosa que surge en México a partir del siglo XVI, se

elabora a la manera de un conjunto significativo que relaciona elementos de dos

culturas que habían permanecido hasta entonces distantes. Más que un préstamo

cultural, donde las adquisiciones aparecen bajo la forma de elementos agregados,

las representaciones indígenas reconocieron elementos que estaban ya presentes

allí donde debían estarlo, de tal manera que los materiales cristianos que se

incorporan durante el momento del contacto permiten complementar datos

latentes y perfeccionar esquemas incompletos.

 

DÍA DE MUERTOS EN EL MEXICO INDÍGENA

 

Para los antiguos nahuas, que poblaron una extensa área del actual territorio

mexicano, la muerte y la vida no eran los extremos de una línea recta, sino dos

puntos situados diametralmente en un círculo en movimiento. Esta concepción

cíclica de la vida y la muerte estaba ligada a una representación sumamente

elaborada del cosmos, el cual se dividía en dos esteras opuestas que se conectaban a

través del Tamoanchan, el árbol cósmico por el que fluían las fuerzas subterráneas

y las celestes. De acuerdo con Alfredo López-Austin, la organización dual del

cosmos se expresaba en la división que oponía a la estación seca de la temporada

pluvial, pero también en las cualidades frías y calientes que caracterizaban a los

alimentos y bebidas. La parte fría e inferior del cosmos se oponía a la parte luminosa

y superior, pero sólo en la medida en que ambas se complementaban como partes

simétricas de un mismo principio que regía las relaciones entre la vida y la muerte,

lo caliente y lo frío, la estación seca y la temporada pluvial.

 

Para la mayoría de los pueblos indígenas de México, el universo sigue siendo una

unidad dividida en dos partes opuestas y complementarias. Entre los otomíes, por

ejemplo, el cosmos se divide en dos mitades simétricas que distribuyen el mundo

de los humanos en la parte superior y el de los antepasados en la parte interior;

mientras los totonacos, estiman que el sol preside la parte seca y cálida del mundo

y san Juan, el santo católico protector, la parte húmeda y fría. En algunos casos,

como entre los nahuas de la Sierra Norte de Puebla, esta dicotomía se expresa

en la existencia de dos almas o entidades anímicas del hombre, una es luminosa

y caliente, mientras la otra es oscura y fría. La creencia en dos almas que tienen

destinos divergentes es también común entre los tzotziles de Chiapas, quienes

piensan que el ch'ulel' de un hombre recorre primero el mundo subterráneo para

dirigirse más tarde hacia Winajel, el lugar de los muertos que sigue la ruta del sol.

Entre los huicholes del occidente de México prevalece también la idea de un alma

viajera que recorre su existencia sobre el mundo reviviendo sus experiencias. El

trayecto purificatorio tiene como destino un xapa o gran árbol de cinco ramas

y cinco raíces, donde el alma se reúne con los antepasados para danzar y beber

antes de ser conducida ante la presencia del dios solar. 

 

Concebidas como un círculo en movimiento, las representaciones que los pueblos

indígenas de México formulan sobre el ciclo vital, establecen un vínculo muy

estrecho entre la muerte y la reproducción. De ahí que en muchas regiones indí-

genas del país se considere que la muerte inicia un proceso de purgación tras el

cual el alma está lista para otro nacimiento. En consecuencia, se estima que los

antepasados deben intervenir en los procesos biológicos, porque la vida no podría

ser creada a partir de la nada. Entre los otomíes, como observa Galinier (1990),

no sólo se conserva la creencia de que los huesos de los muertos proporcionan

fertilidad a la tierra, sino también que las nuevas generaciones provienen de

los huesos de los antepasados. Por esta razón se considera que la tierra de los

cementerios, los cadáveres y las osamentas regeneran los campos de cultivo. En

retribución, los muertos deben ser propiciados en las ceremonias de limpieza y

fertilidad de la tierra, pero también convocados durante las fiestas para que se

alimenten de las primeras cosechas.

 

 

El arte y la muerte 

También el arte se ocupa de este tema: teatro, danza, poesía, plástica y artes populares. La muerte y el duelo son tema obligado prácticamente para todos los escritores y poetas y así tenemos por ejemplo:

 

DOS CANCIONES INFANTILES

-Calavera, vete al monte

-No, señora, porque espanto.

-Pues ¿adónde quieres irte?

-Yo, señora, al camposanto.

 

Estaba la media muerte

sentada en un carrizal,

comiendo tortilla dura

pa'ver si podía engordar.

 

ROMANCE DEL ENAMORADO

YLA MUERTE

Un sueño soñé doncellas,

soñito del alma mía,

soñaba con mis amores

que en mis brazos los dormía.

Vi entrar señora muy blanca,

muy más que la nieve fría.

-¿Por dónde has entrado, amor,

por dónde has entrado, vida?,

las puertas están cerradas,

ventanas y celosías.

-No soy el amor amante,

soy la muerte, Dios me envía.

 

ALGUNAS FRASES CURIOSAS

Amaneció muerto

Ya descansó

Pinto mi calavera

Caigo cadáver

Enseñar el petate del muerto

Morir fuera de su hora.

 

REFRANES

El muerto y el arrimado,

a los tres días apestan.

El muerto y el ausente,

ya no son gente.

La muerte iguala.

Nadie se muere hasta

que Dios quiere.

Boda y mortaja, del cielo bajan.

 

ALGUNOS SINÓNIMOS

DEL VERBO MORIR

Colgar los tenis

Chupar faros

Doblar el petate

Enfriarse

Entregar el equipo

Estirar la pata

Felparse

Palmarse

Pasar a mejor vida

Pelar gallo o pelarse

Petatearse

Pirarse

Quedarse tieso

Torcerse

 

CALAVERAS DE CUPIDO

-Ámeme por compasión,

pedazo del alma mía.

-No me hable ya de pasión,

calavera corrompida.

José Guadalupe Posada

 

NOMBRES DE LA MUERTE

La Afanadora

La Amada Inmóvil

La Apestosa

La Bien Amada

La Blanca

La Cabezona

La Calaca

La Calavera

La Calva

La Canaca

La Canica

La Cargona

La Catrina

La Chicharrona

La Chifosca

La China

La China Hilaria

La Chingada

La Chinita

La Chirifosca

La Chiripa

La Chupona

La Cierta

La Comadre

La Copetona

Costal de Huesos

La Cruel

La Cuatacha

La Curamada

La Dama de la Guadaña

La Dama del Velo

La Descarnada

La Desdentada

La Dientona

Doña Huesos

Doña Osamenta

poniedziałek, 1 listopada 2021

 


La fiesta del Día de Muertos en México: nivel B2/C2.

Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad UNESCO.

El tema de nuestro podcast será acerca de La fiesta de Día de Muertos en México. Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad UNESCO.

México, reconocido a nivel internacional como uno de los más importantes líderes

culturales de América -razón por la que 22 sitios (20 culturales y 2 naturales)

han sido inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial, participa por vez primera

en el tema del patrimonio intangible, al poner a consideración de la UNESCO

la candidatura de una de las manifestaciones culturales más trascendentes

y significativas de los pueblos indígenas que habitan el país, y proponer su

reconocimiento como una obra maestra del patrimonio oral e intangible de la

humanidad: La festividad indígena dedicada a los muertos.

 

Para los pueblos indígenas de México localizados en la región centro-sur del país,

en efecto, el complejo de prácticas y tradiciones que prevalecen en sus comunidades

para celebrar a los muertos o antepasados, constituye una de las costumbres

más profundas y dinámicas que actualmente se realizan en dichas poblaciones, así

como uno de los hechos sociales más representativos y trascendentes de su vida

comunitaria.

 

En las regiones maya, nahua, zapoteca y mixteca, por ejemplo, dicha celebración

no sólo tiene relevancia en la vida ceremonial y festiva de los pueblos, sino que su

propia naturaleza la coloca como uno de los núcleos centrales tanto de la identidad

y la cosmovisión de cada grupo, como de su vida social comunitaria.

 

En el imaginario colectivo, las celebraciones anuales destinadas a los muertos

representan de igual manera un momento privilegiado de encuentro no sólo de

los hombres con sus antepasados, sino también de los integrantes de la propia

comunidad entre ellos. Por ejemplo en los vecindarios urbanos o en las localidades

más apartadas, durante varios días, suelen tener lugar diversos encuentros, ya sea de

carácter preparatorio o de índole ritual, que propician numerosas interacciones

de grupos, de familias o de comunidades enteras entre sí y con sus muertos. En

tal sentido, dichos espacios temporales constituyen un momento del año en que

esta integración se logra y permite reunir, de facto, a las comunidades reales e

imaginadas -las de los muertos-- de vastas regiones del país.

 

Los estudios históricos y antropológicos han permitido constatar que las celebraciones dedicadas a los muertos, no sólo comparten en México una profundidad histórica que pone de manifiesto su inveterada tradición secular, sino también su diversidad contemporánea de manifestaciones, en razón de la pluralidad étnica y cultural sobre la que se sustenta el país.

Esa diversidad de prácticas y creencias descubre un amplio horizonte de concepciones que se ha enriquecido a lo largo de los siglos, tanto con las aportaciones de más de 60 grupos indígenas que tienen y han tenido presencia ininterrumpida en casi todas las regiones de la nación, como con aquellas aportaciones provenientes de las culturas africanas, asiáticas y europeas, y que han dejado su impronta en México.

Es necesario recordar aquí que, mientras en la región huasteca los nahuas reciben a

sus muertos en medio de expresiones festivas casi de carácter carnavalesco, entre

los chontales de Tabasco, los muertos permanecen un mes en las comunidades

participando de los ritos domésticos de manera intimista y familiar, lo que pone

frente a nosotros la solemne actitud que la cultura maya de las tierras bajas ha

mantenido para recordar a sus antepasados.

 

Desde otro ángulo, vale la pena señalar aquí que el complejo cultural en torno a

los muertos ha materializado, en los diferentes ámbitos culturales de la República

Mexicana, una arquitectura simbólica y ritual que se expresa en infinidad de mani-

festaciones plásticas, muchas de ellas de carácter efímero", como los esplendoro-

sos arcos de cempoalxúchitl (flor simbólica de la celebración) y las representaciones

cosmogónicas implícitas en el arreglo y la lógica de las ofrendas, en la culinaria

ceremonial, en la organización de los espacios rituales, así como en la danza, la

música y el canto.

 

A partir de los elementos antes señalados, constituye uno de los ejemplos más relevantes del patrimonio vivo de la nación, así como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor plenitud de los grupos indígenas que hoy habitan el territorio mexicano.

 

El ayuno y la penitencia, la confesión y el sacerdocio, así como las fiestas religiosas

y la diócesis compleja de seres sobrenaturales, son sin duda algunos de los

elementos análogos que promovieron la sustitución de las formas originales. Pero,

sobre todo, fue el apego a un calendario para observar los aspectos del ciclo ritual,

el esquema que permitió organizar las similitudes y las diferencias entre ambos.

 

En el momento de la conquista política y espiritual de México, el tiempo europeo

se regía por las 24 horas romanas y las 7 horas canónicas. Sin embargo, mientras

en el campo el movimiento solar continuaba siendo el vehículo privilegiado para

medir el tiempo, en los monasterios se empleaban con mayor frecuencia los

nombres de los distintos santos y las fiestas de la historia de Cristo para determinar

las diferentes fechas del año. Esta práctica, que se prolongó y difundió durante los

procesos de evangelización, encontró una correspondencia análoga en el orden

de los calendarios mesoamericanos, donde cada mes estaba presidido por una

festividad titular. A diferencia de la tradición europea, sin embargo, los pueblos

mesoamericanos disponían de dos calendarios paralelos: uno de 260 días, llamado

tonalamatl y organizado en 13 periodos de 20 días, y otro de 360 jornadas que se

dividía en 18 meses de 20 días, con 5 días adicionales y nefastos. Entre los mexicas

del altiplano central, el décimo mes de este último calendario estaba dedicado a

una fiesta solemne, llamada Miccaybuitl o Huaubquilta-maqualiztli, que algunos

cronistas de la época tradujeron como "La fiesta grande de los muertos", en virtud

de que se colocaban ofrendas alimenticias sobre "las sepulturas de los muertos"

y se "sacrificaba un gran número de hombres", según los testimonios de fray

Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán. El códice Telleriano-Remensis

menciona a su vez que durante el mes de Xocotl Huetzi, hacia finales de agosto,

"hacían ofrendas a los muertos, poniéndoles comida y bebida sobre sus sepulturas,

lo cual hacían por espacio de cuatro años".

 

De los 18 meses disponibles, los antiguos mexicanos dedicaban a los muertos siete

festividades mensuales de distinta magnitud y solemnidad, una de las cuales coincidía

con las fechas de celebración de Todos Santos y Fieles Difuntos. Las crónicas de

Durán en efecto dejan entrever que el mes de Quecholli, cuyo periodo se extendía

entre el 20 de octubre y el 8 de noviembre, albergaba la segunda ceremonia más

importante para los difuntos y prolongaba los rituales de "La fiesta grande de los

muertos". Las mismas crónicas muestran, sin embargo, que ambas festividades eran

tan sólo una parte de un ciclo ceremonial más amplio, destinado a ofrendar a los

muertos, que iniciaba a finales de abril con el mes de Toxcatl y culminaba a principios

de febrero durante el mes de lzcalli. Las ceremonias para los muertos que se llevaban

a cabo durante la veintena inicial estaban asociadas con la fiesta de Tezcatlipoca y

Huitzilopochtli, pero el tema principal del mes parece haber sido la precipitación de

la temporada pluvial, y por lo tanto las celebraciones concernían a la propiciación

de los dioses del agua, la lluvia y el ciclo agrícola en general. La culminación de la

temporada pluvial coincidía en cambio con las ceremonias del mes de Quecholli,

cercano a Todos Santos y Fieles Difuntos, cuando se "hacían unas saetas pequeñas

a honra de los difuntos y poníanles sobre las sepulturas" (Durán, 1967).

 

Conformadas generalmente por tamales, flores e incienso, las ofrendas que se

destinaban a los difuntos se prolongaban a lo largo de cuatro años consecutivos,

cuando el alma o la esencia de los muertos arribaba a su destino final. Dado que

la vida del hombre era posible gracias a la alimentación y la reproducción sexual,

el individuo quedaba en deuda con la tierra que le proveía la subsistencia y, por lo

tanto, tenía que pasar por un penoso viaje de cuatro años hasta llegar al Mictlán o

"lugar de los muertos". Existía la creencia de que, durante ese viaje, el muerto debía

atravesar diferentes espacios, tales como volcanes y páramos, donde el viento era tan

frío que cortaba como una navaja. Para cada uno de estos lugares, los ancianos y los

oficiantes colocaban en la mortaja diferentes papeles cortados que el difunto debía

presentar al llegar a su destino. Además se acostumbraba quemar las vestimentas,

las armas y los despojos de los cautivos, pues "decían que estas cosas iban con aquel

difunto" para proporcionarle calor cuando atravesara por donde soplaba el viento

frío (López-Austin, 1994). Al término de cuatro años, los muertos arribaban a la

ribera de un río ancho y profundo que se conocía con el nombre de Chiconaumictlán,

donde un perro de pelo bermejo pasaba sobre sus hombros a los difuntos.

 

Algunas fuentes, como las crónicas de De las Casas y Motolinía, describen al

Mictlán como un solo "infierno" conformado por nueve niveles o moradas, donde

se distribuían los que morían de muerte natural. Entre los antiguos mexicanos,

en efecto, no era la forma de vivir la que marcaba el destino de los hombres.