sobota, 28 sierpnia 2021

 Nuevo podcast nivel B2/C2

Bienvenida al nuevo podcast: El Sabor de la Lengua, capítulo 1, los sentimientos. Escúchalo en Spotify.



Transcripción del texto a estudiar:


Los sentimientos y para hablar de los sentimientos tendremos que hablar de las pasiones. ¿Ustedes tienen pasiones? Por esta vez vamos a hablar de las pasiones por los deportes, si te sientes ahora desilusionado que no me refería a otras pasiones, lo siento pero será en otros capítulos sobre este tema.

En tu cultura ¿qué deportes están más presentes en la vida de la gente?¿Los medios dan más cobertura a unos deportes que a otros?¿Cuáles dirías que son los deportes que más emociones despiertan en la gente?¿De qué manera se relacionan las emociones con el deporte? Ahora vamos a leer un texto en el que aparecen palabras y expresiones del ámbito religioso.¿A qué crees que se refieren? Anótalas:

 

Los creyentes, las divinidades, el milagro, las plegarias, la misa pagana, la peregrinación, el espacio sagrado.

 

 

 El texto se refiere al libro de Eduardo Galeano: El fútbol a sol y sombra.

 

Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal porque siempre fui un “pata dura” terrible. La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido. También era un desastre en otro sentido: cuando los rivales hacían una linda jugada yo iba y los felicitaba, lo cual es un pecado imperdonable para las reglas del fútbol moderno.»

 

¿El opio de los pueblos?


¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.

 

En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de «las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan». Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó unas conferencias sobre le tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del ’78.

 

El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.

 

En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.

 

Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.

 

Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió «este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre».

 

 

 El estadio

 

¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir.

 

El hincha

 

Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.

Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.

 

Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.

 

Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

 

Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.

 

El gol

 

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna.

 

Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.

 

El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco.

 

El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.


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 ¡Hola amigos! Bienvenidos al blog: El Sabor de la Lengua.

Aquí está el texto de nuestro primer capítulo del nivel A1 de nuestro nuevo podcast El Sabor de la Lengua. Escúchalo en Spotify.

Si tienes preguntas, no dudes de dejar un mensaje y te contestaré.

A. - Buenos días, señora Lucía.

- Buenos días, Martín.

- Hombre, el cartero, buenos días, ¿hay algo

   para mí?

- No, hoy no, sólo para los del quinto.


B. - Bueno, ya es la hora, el tren sale a las 21 h.

    - Sí, tengo que irme, hasta pronto.

    -Buen viaje, José.


C. - Buenos días, señora Lucía.

     -Hola, Martín.

     - Perdone, ¿es usted Martín Herrero?

     -Sí.

     - Tengo una carta certificada para usted.


A. - Hola, Carlos, ya estás aquí.

    - Si, mira, te presento a Francisca. Empieza hoy con

       nosotros.

    -Ah, muy bien, encantado. Siéntate aquí.

    -Gracias.

    - Buenos días, señores, ¿carta o menú?

    - Yo creo que menú, ¿no?


B. - Buenas tardes, perdone, ¿es usted el señor Carlos

       Ruiz?

     -Sí, soy yo.

    -Soy Francisca Blanco.

    - Mucho gusto.

    - El gusto es mío.


C. - Buenos días, señor Almeida.

    -Buenos días, Ruiz. Mire, le presento a mi mujer.

   - ¿Qué tal, cómo está?

   - Encantada, mucho gusto en conocerle.

   -El gusto es mío.


A. - Hola, buenos días, ¿cómo se llama?

    - Hola, soy Roberto.

    -Y ése, ¿quién es?

    - ¡Ah! Mire, se lo presento, Javier, mi padre.

    -Qué tal, ¿cómo está?

    - Bien, ¿y usted?


B. - Vale, Alberto, ya nos vamos.

     -Bueno, pues adiós, que lo paséis bien.

    - Vale, buenas noches, nos vemos mañana.

   - Sí, hasta mañana.

   -Chau.


C. - Hola, Alberto.

     -Hola, Carlos, ¿qué tal?

    - Mira, te quiero presentar a mi padre.

    -Qué tal, ¿cómo está?

   - Bien, ¿y tú?

   - Muy bien, gracias.