niedziela, 20 lutego 2022

Cuentos para niños: Garbancito, cuento popular español. Nivel A2/B1



Érase una vez un matrimonio que no

tenía hijos y todos los días pedía a

Dios que les diese uno, aunque fuese tan

pequeño como un garbanzo.

Y tanto y tanto rogaron que, finalmente, lo

tuvieron. Como el niño resultó ser en verdad

tan pequeño como un garbanzo, lo llamaron

Garbancito.


Una hora después de nacer, el niño 

sorprendió a su madre, diciéndole:

-Tengo hambre,

quiero pan.

Garbancito se comió medio pan en un

santiamén y pidió varios trozos más. Cuando

estuvo lleno, dijo:


-Madre, saque la burra de la cuadra

y prepáreme la cesta con la comida de

mi padre. Voy a llevársela al campo.

-Hijo mío, ¿cómo vas a hacer eso con lo

pequeño que eres?

-Usted haga lo que le digo, porque yo sé

muy bien lo que tengo que hacer.


La madre puso las alforjas a la burra

y dentro metió la cesta. Después, subió

a Garbancito al lomo del animal. El niño

corrió por el pescuezo hasta meterse

en una oreja del animal.


-iArre, burra! ¡Arre, burra!

-gritaba Garbancito.

Y la borriquilla le obedecía. Cuando llegaron

a la mitad del camino, se encontraron con

unos gitanos que, al verla, exclamaron:


-¡Mirad, esa burra va sola! Vamos

a cogerla!


-iDejad a burra en paz, que tiene dueño!

Al oír aquella voz, que no era

sino la de Garbancito, los gitanos

echaron a correr, creyendo que

la burra estaba embrujada.


Cuando Pulgarcito llegó

a la tierra donde trabajaba

su padre, le dijo:

-Padre, bájeme al suelo que

vengo en la oreja de la burra.


Como el pobre hombre se había

quedado alelado, le tuvo que hablar

de nuevo:

-Padre, soy Garbancito, su hijo, y le traigo

la comida.


El padre hizo lo que el hijo ordenaba y una

vez que estaba en el suelo, Garbancito le dijo:

-Mientras usted come tranquilo, yo araré

la tierra con los bueyes.


-No, hijo, eres muy pequeño para trabajar.

-Ya verá, padre, qué bien lo hago. Póngame

encima de uno de ellos y se lo demostraré.

Al poco rato, se oía la voz de Garbancito

que animaba a los bueyes:


-¡Arre, Lucero! ¡Vamos, Moreno!

Garbancito acabó de arar en poco tiempo.

Luego llevó los bueyes a la cuadra y se puso

a dormir en el pesebre de Lucero que,

sin darse cuenta, se lo comió.

Como Garbancito tardaba en llegar, su padre

fue a buscarlo a la cuadra y lo llamó:


Garbancito, ¿dónde estás, que no te veo?

Y Garbancito contestó:

-Estoy en el vientre de Lucero.

Para sacarlo de allí, sus padres

tuvieron que matar al buey,

pero por mucho que miraron en

el vientre del animal, no vieron

a Garbancito por ninguna parte.


Esa noche, el lobo entró en el corral y se

comió las tripas del buey y a Garbancito,

que estaba dentro.


Cuando a la mañana

siguiente el lobo se

aproximaba a unas

ovejas, Garbancito

gritó con todas

sus fuerzas a los

pastores:

-Cuidado, que el lobo se acerca!


Inmediatamente, los pastores corrieron

detrás del lobo y le dieron su merecido.

Mientras le abrían la barriga, Garbancito les

decía:

-¡Cuidado con la navaja, que me vais a

cortar!


Por más que miraron en el vientre del lobo,

los pastores no vieron por ninguna parte al

chiquillo. Con las tripas del lobo hicieron un

tambor y dentro de él quedó Garbancito.

En esto aparecieron unos ladrones y los

pastores salieron corriendo, dejándose el tambor.


Aquellos bandidos colocaron su botín debajo

de un árbol y empezaron a repartirlo. El jefe de

la banda decía:

-Este sombrero es para Juan; la jarra para

Andrés y la flauta para mí.


Entonces oyeron una voz que decia:

- ¿Y qué me vais a dar a mí? 

-¿Quién ha dicho eso? — gritó

el jefe a sus hombres.

Nadie contestó: todos movían la cabeza

queriendo decir que no.


Viéndolos tan asustados, Garbancito

se puso a tocar el tambor. Al ver

que sonaba sin que nadie lo

tocase, los ladrones huyeron

y dejaron sus tesoros bajo

el árbol.

Entonces Garbancito arañó el tambor, hizo

un agujero y salió de alli. Después, cogió el

saco de los ladrones y se fue a su casa.


Los padres se llevaron una gran alegría.

¡Por fin había vuelto el niño y, además, los

había hecho ricos!


Al año siguiente, los ladrones regresaron

al pueblo. El jefe de la banda tenía tanta sed

que fue a pedır agua a una casa que era,

precisamente, la de Garbancito. La madre

se la sirvió en una de las copas robadas y, al

verla, el ladrón exclamó:


-¡Señora, esta copa es mía! ¿Se puede saber

de dónde la ha sacado?

La madre no contestó, pero dio

al ladrón con la puerta en las

narices. Al poco rato, el jefe

de la banda se reunió con sus

hombres, les contó lo que le había

sucedido y les dijo:


-Esta noche iremos a recuperar

lo que es nuestro.

Pero Garbancito, que también

estaba avisado, le comentó

a su madre:


-Quiero que enciendas

la chimenea y pongas al

fuego un gran

caldero con aceite

hirviendo.

Garbancito se sentó junto al fuego a esperar

a los ladrones. A medianoche, sintió ruidos en

el tejado y oyó que el jefe de la banda decía a

sus hombres:


-Voy a bajar por la chimenea. Atadme una

cuerda a la cintura y me dejáis caer

suavemente. Cuando grite, me subís.

Los ladrones así lo hicieron y al poco rato,

oyeron unos gritos terribles:


-¡Subidme deprisa, subidme que me abraso!

Cuando oyeron estos gritos, los ladrones se

asustaron muchísimo. Se bajaron del tejado y

dejaron que el jefe se abrasara en el caldero.

Desde entonces, Garbancito vivió con sus

padres feliz y contento.