La liebre y la tortuga
Fábula de Esopo
Aquel día de verano todos
los animales del bosque se
sentían contentos. La liebre
estaba a la sombra de un sauce,
charlando con el señor erizo y la
señora coneja. Por el camino, la
tortuga regresaba de hacer la
compra. Iba tan cargada, que la
pobre se tenía que parar a cada
paso porque no podía más. Cuando llegó
junto al árbol, la liebre fue la primera en
saludarla:
-¡Buenos días, tortuguita! ¡A ese paso,
usted no llega a su casa en todo el día!
-¡Buenos días, amigos!
-dijo la tortuga, mientras se quitaba el sudor con la mano-
¡Ah, señora liebre! No se preocupe
tanto por mí y ocúpese de sus cosas.
La señora coneja y el señor erizo
se sonrieron. La liebre, como era
muy orgullosa y vanidosa, no soportaba
que nadie le dijera lo que no quería oír. Así
que contestó a la tortuga:
-¡Hay que ver el mal humor que se gasta
esta mañana! No he querido ofenderla. Sólo
he dicho lo que todo el mundo dice, lo que
todo el mundo sabe: usted es más lenta que el
cangrejo.
-¡Está bien!-dijo la tortuga-. Sé mejor
que nadie que soy lenta y que mis pies no
corren como los suyos. Pero también sé que soy
fuerte y consigo todo lo que deseo. Así que, si
usted quiere, le voy a proponer esta apuesta. EI
domingo, usted y yo haremos una carrera
desde este sauce hasta la orilla del río, a ver
quién llega el primero —y la tortuga
continuó hablando con los otros
animales—. Si el señor erizo está
de acuerdo, será el juez. Y usted,
señora coneja, puede avisar a todos
los animales para que vengan a
vernos.
La liebre, la coneja y el erizo se
miraron sorprendidos. La liebre,
muy divertida, exclamó:
-¡Con este sol, no es extraño
que a la tortuga se le hayan
reblandecido los sesos! Pero está
bien. El domingo habrá carrera entre la
tortuga y yo.
La tortuga volvió a coger sus bolsas
y deseó un buen día a sus amigos.
A partir de ese momento, en cuanto tenía
un rato libre, la tortuga entrenaba por
los caminos del bosque. Su único deseo
era ganar a la presumida liebre.
Pasaron los días y llegó el
domingo. Todos los animales del
bosque madrugaron para coger un
buen sitio y poder ver la carrera. A
las diez de la mañana,
el camino del sauce hasta el río
estaba leno, no cabía ni una
pulga. En cuanto apareció la tortuga,
no hubo animal pequeño o grande
que no se burlase de la pobre:
iVamos, que tú puedes!
-le decía el gamo con sorna.
-Hoy vas a ser la reina de
la velocidad —le gritaba el zorro.
-Qué se habrá creído!
-exclamó el caracol–. Hasta yo
soy capaz de ganar a la tortuga.
Cuando llegó el momento, el juez dio el
pistoletazo de salida. La tortuga comenzó a
andar pasito a paso. La liebre, que se
creía muy graciosa, iba detrás de ella
imitando su forma de caminar
exclamando:
-¡Pobre de mí, pobre de mí! Yo, que
siempre gano a los perros, voy a perder esta
carrera con la tortuga. ¿Han visto? ¡Me va a
ganar, ay, qué pena! A partir de ahora, los
cazadores, en vez de perros, llevarán tortugas.
Los animales no paraban de reír. Unos
invitaban a la liebre a tomar un trago; otros
le daban conversación. Pero la tortuguita,
sin hacer caso de nadie y de nada, seguía
caminando. A lo lejos, oía que la liebre
decía:
-Hasta el último momento, no pienso dar
ni un paso.
Los conejos y los topos aplaudieron
a la liebre y la invitaron
a tomar un aperitivo. Comió
y bebió tanto que le entró
un sueño atroz. Así que se
echó a dormir sobre la hierba
y se olvidó totalmente de la carrera.
Cuando se despertó, vio cómo la tortuga
estaba a punto de llegar a la meta. Fue
entonces cuando la liebre saltó
como un rayo. Pero sus patas, aunque
eran muy rápidas, no pudieron hacer
nada. La tortuga ya había pasado
la meta. Todos los animales
la aplaudían y la felicitaban.
Cuando llegó la liebre,
la tortuga se acercó a ella
y le dijo al oído:
-No seas presumida, no seas orgullosa,
y aprende que en la vida
existen los demás.
Recuerda que a la meta
quien más habla no llega,
sino el que paso a paso
trabaja por llegar.