Cuentos para niños: Garbancito, cuento popular español. Nivel A2/B1
Érase una vez un matrimonio que no
tenía hijos y todos los días pedía a
Dios que les diese uno, aunque fuese tan
pequeño como un garbanzo.
Y tanto y tanto rogaron que, finalmente, lo
tuvieron. Como el niño resultó ser en verdad
tan pequeño como un garbanzo, lo llamaron
Garbancito.
Una hora después de nacer, el niño
sorprendió a su madre, diciéndole:
-Tengo hambre,
quiero pan.
Garbancito se comió medio pan en un
santiamén y pidió varios trozos más. Cuando
estuvo lleno, dijo:
-Madre, saque la burra de la cuadra
y prepáreme la cesta con la comida de
mi padre. Voy a llevársela al campo.
-Hijo mío, ¿cómo vas a hacer eso con lo
pequeño que eres?
-Usted haga lo que le digo, porque yo sé
muy bien lo que tengo que hacer.
La madre puso las alforjas a la burra
y dentro metió la cesta. Después, subió
a Garbancito al lomo del animal. El niño
corrió por el pescuezo hasta meterse
en una oreja del animal.
-iArre, burra! ¡Arre, burra!
-gritaba Garbancito.
Y la borriquilla le obedecía. Cuando llegaron
a la mitad del camino, se encontraron con
unos gitanos que, al verla, exclamaron:
-¡Mirad, esa burra va sola! Vamos
a cogerla!
-iDejad a burra en paz, que tiene dueño!
Al oír aquella voz, que no era
sino la de Garbancito, los gitanos
echaron a correr, creyendo que
la burra estaba embrujada.
Cuando Pulgarcito llegó
a la tierra donde trabajaba
su padre, le dijo:
-Padre, bájeme al suelo que
vengo en la oreja de la burra.
Como el pobre hombre se había
quedado alelado, le tuvo que hablar
de nuevo:
-Padre, soy Garbancito, su hijo, y le traigo
la comida.
El padre hizo lo que el hijo ordenaba y una
vez que estaba en el suelo, Garbancito le dijo:
-Mientras usted come tranquilo, yo araré
la tierra con los bueyes.
-No, hijo, eres muy pequeño para trabajar.
-Ya verá, padre, qué bien lo hago. Póngame
encima de uno de ellos y se lo demostraré.
Al poco rato, se oía la voz de Garbancito
que animaba a los bueyes:
-¡Arre, Lucero! ¡Vamos, Moreno!
Garbancito acabó de arar en poco tiempo.
Luego llevó los bueyes a la cuadra y se puso
a dormir en el pesebre de Lucero que,
sin darse cuenta, se lo comió.
Como Garbancito tardaba en llegar, su padre
fue a buscarlo a la cuadra y lo llamó:
Garbancito, ¿dónde estás, que no te veo?
Y Garbancito contestó:
-Estoy en el vientre de Lucero.
Para sacarlo de allí, sus padres
tuvieron que matar al buey,
pero por mucho que miraron en
el vientre del animal, no vieron
a Garbancito por ninguna parte.
Esa noche, el lobo entró en el corral y se
comió las tripas del buey y a Garbancito,
que estaba dentro.
Cuando a la mañana
siguiente el lobo se
aproximaba a unas
ovejas, Garbancito
gritó con todas
sus fuerzas a los
pastores:
-Cuidado, que el lobo se acerca!
Inmediatamente, los pastores corrieron
detrás del lobo y le dieron su merecido.
Mientras le abrían la barriga, Garbancito les
decía:
-¡Cuidado con la navaja, que me vais a
cortar!
Por más que miraron en el vientre del lobo,
los pastores no vieron por ninguna parte al
chiquillo. Con las tripas del lobo hicieron un
tambor y dentro de él quedó Garbancito.
En esto aparecieron unos ladrones y los
pastores salieron corriendo, dejándose el tambor.
Aquellos bandidos colocaron su botín debajo
de un árbol y empezaron a repartirlo. El jefe de
la banda decía:
-Este sombrero es para Juan; la jarra para
Andrés y la flauta para mí.
Entonces oyeron una voz que decia:
- ¿Y qué me vais a dar a mí?
-¿Quién ha dicho eso? — gritó
el jefe a sus hombres.
Nadie contestó: todos movían la cabeza
queriendo decir que no.
Viéndolos tan asustados, Garbancito
se puso a tocar el tambor. Al ver
que sonaba sin que nadie lo
tocase, los ladrones huyeron
y dejaron sus tesoros bajo
el árbol.
Entonces Garbancito arañó el tambor, hizo
un agujero y salió de alli. Después, cogió el
saco de los ladrones y se fue a su casa.
Los padres se llevaron una gran alegría.
¡Por fin había vuelto el niño y, además, los
había hecho ricos!
Al año siguiente, los ladrones regresaron
al pueblo. El jefe de la banda tenía tanta sed
que fue a pedır agua a una casa que era,
precisamente, la de Garbancito. La madre
se la sirvió en una de las copas robadas y, al
verla, el ladrón exclamó:
-¡Señora, esta copa es mía! ¿Se puede saber
de dónde la ha sacado?
La madre no contestó, pero dio
al ladrón con la puerta en las
narices. Al poco rato, el jefe
de la banda se reunió con sus
hombres, les contó lo que le había
sucedido y les dijo:
-Esta noche iremos a recuperar
lo que es nuestro.
Pero Garbancito, que también
estaba avisado, le comentó
a su madre:
-Quiero que enciendas
la chimenea y pongas al
fuego un gran
caldero con aceite
hirviendo.
Garbancito se sentó junto al fuego a esperar
a los ladrones. A medianoche, sintió ruidos en
el tejado y oyó que el jefe de la banda decía a
sus hombres:
-Voy a bajar por la chimenea. Atadme una
cuerda a la cintura y me dejáis caer
suavemente. Cuando grite, me subís.
Los ladrones así lo hicieron y al poco rato,
oyeron unos gritos terribles:
-¡Subidme deprisa, subidme que me abraso!
Cuando oyeron estos gritos, los ladrones se
asustaron muchísimo. Se bajaron del tejado y
dejaron que el jefe se abrasara en el caldero.
Desde entonces, Garbancito vivió con sus
padres feliz y contento.