El tema de nuestro podcast será la continuación del tema: La fiesta de Día de Muertos en México. Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad UNESCO.
Capítulo 2
Algunas fuentes, como las crónicas de De las Casas y Motolinía, describen al
Mictlán como un solo "infierno" conformado por nueve niveles o moradas, donde
se distribuían los que morían de muerte natural. Entre los antiguos mexicanos,
en efecto, no era la forma de vivir la que marcaba el destino de los hombres, sino su forma de morir. Las personas que morían de enfermedades iban a lo que
Sahagún identificaba como el infierno, un "lugar obscurísimo que no tiene luz
ni ventanas" y que constituía una morada permanente. Tanto los cautivos como
los que morían en las batallas se dirigían en cambio a un lugar celeste, cercano al
sol, donde as ánimas de los difuntos recibían las ofrendas de los vivos antes de
convertirse en aves que "andaban chupando todas las flores, así en el cielo como
en este mundo", según las describe Sahagún (1956 [1547]).
Además de la morada celeste y el inframundo se encontraba el Tlalocan o "paraíso
terrenal", hacia donde se encaminaban aquellos que fallecían ahogados o fulminados
por un rayo. Concebido como el lugar de la abundancia, donde sólo existía la
estación pluvial, Tlalocan era el destino de aquellos que habían sido elegidos por
Tláloc, el dios de la lluvia, cuyas representaciones aparecen generalmente vinculadas
a los cuatro postes de los confines del mundo y al árbol cósmico, ubicado en el
centro, que conectaba las fuerzas celestes con las del inframundo (López-Austin,
1994). Los niños que morían durante la lactancia estaban también vinculados a un
árbol mítico que crecía en el valle de Tonacacuaubtitlan y que se conocía como el
"árbol de nuestro sustento" o como el "árbol nutriente". El nombre derivaba de
los senos maternos que colgaban bajo sus ramas; destilante de leche, los niños de
tierna edad acudían a él para alimentarse mientras esperaban volver a nacer en el
seno de sus madres.
Algunos antropólogos estiman que la multiplicidad de celebraciones, ofrendas
y ceremonias mortuorias que se llevaban a cabo durante el año, no eran ajenas a
las distintas categorías de los difuntos. Teóricamente, había tantas celebraciones
de los muertos durante el año como formas identificadas de morir. De ahí que se
efectuaran celebraciones para aquellos que morían de causas naturales durante la
infancia o durante la guerra, o bien para los que fallecían por fenómenos climáticos
asociados con el agua. Las siete celebraciones de los muertos que se desarrollaban
a lo largo del ciclo ceremonial estaban, al parecer, relacionadas con las distintas for-
mas de muerte y con el desarrollo del ciclo agrícola, ya que los antiguos nahuas
comparaban metafóricamente la vida del ser humano con el ciclo del maíz. Así,
mientras el desarrollo de la mazorca era equivalente al ciclo vital de un individuo, las
fiestas del año marcaban las etapas del maíz tierno y de la maduración de la cosecha.
En los meses cercanos a la recolección, hacia finales de octubre y principios de
noviembre, se daba de beber a los pobres pinole diluido en agua y se acostumbraba
oler el aroma de la flor de cempoalxúchitl, conocida hoy en día como "flor de
muerto". El maíz, la flor y la abundancia serían los elementos que se integrarían
más tarde a la fiesta colonial de los muertos, pero sólo en la medida en que éstos
habían sido centrales en el antiguo ciclo ceremonial.
ADAPTACIONES COLONIALES AL MODELO PREHISPANICO
El proceso sincrético que siguió a la conquista española debe ser entendido
como la integración de aspectos selectivos que provenían de distintas tradiciones
históricas. La cultura religiosa que surge en México a partir del siglo XVI, se
elabora a la manera de un conjunto significativo que relaciona elementos de dos
culturas que habían permanecido hasta entonces distantes. Más que un préstamo
cultural, donde las adquisiciones aparecen bajo la forma de elementos agregados,
las representaciones indígenas reconocieron elementos que estaban ya presentes
allí donde debían estarlo, de tal manera que los materiales cristianos que se
incorporan durante el momento del contacto permiten complementar datos
latentes y perfeccionar esquemas incompletos.
DÍA DE MUERTOS EN EL MEXICO INDÍGENA
Para los antiguos nahuas, que poblaron una extensa área del actual territorio
mexicano, la muerte y la vida no eran los extremos de una línea recta, sino dos
puntos situados diametralmente en un círculo en movimiento. Esta concepción
cíclica de la vida y la muerte estaba ligada a una representación sumamente
elaborada del cosmos, el cual se dividía en dos esteras opuestas que se conectaban a
través del Tamoanchan, el árbol cósmico por el que fluían las fuerzas subterráneas
y las celestes. De acuerdo con Alfredo López-Austin, la organización dual del
cosmos se expresaba en la división que oponía a la estación seca de la temporada
pluvial, pero también en las cualidades frías y calientes que caracterizaban a los
alimentos y bebidas. La parte fría e inferior del cosmos se oponía a la parte luminosa
y superior, pero sólo en la medida en que ambas se complementaban como partes
simétricas de un mismo principio que regía las relaciones entre la vida y la muerte,
lo caliente y lo frío, la estación seca y la temporada pluvial.
Para la mayoría de los pueblos indígenas de México, el universo sigue siendo una
unidad dividida en dos partes opuestas y complementarias. Entre los otomíes, por
ejemplo, el cosmos se divide en dos mitades simétricas que distribuyen el mundo
de los humanos en la parte superior y el de los antepasados en la parte interior;
mientras los totonacos, estiman que el sol preside la parte seca y cálida del mundo
y san Juan, el santo católico protector, la parte húmeda y fría. En algunos casos,
como entre los nahuas de la Sierra Norte de Puebla, esta dicotomía se expresa
en la existencia de dos almas o entidades anímicas del hombre, una es luminosa
y caliente, mientras la otra es oscura y fría. La creencia en dos almas que tienen
destinos divergentes es también común entre los tzotziles de Chiapas, quienes
piensan que el ch'ulel' de un hombre recorre primero el mundo subterráneo para
dirigirse más tarde hacia Winajel, el lugar de los muertos que sigue la ruta del sol.
Entre los huicholes del occidente de México prevalece también la idea de un alma
viajera que recorre su existencia sobre el mundo reviviendo sus experiencias. El
trayecto purificatorio tiene como destino un xapa o gran árbol de cinco ramas
y cinco raíces, donde el alma se reúne con los antepasados para danzar y beber
antes de ser conducida ante la presencia del dios solar.
Concebidas como un círculo en movimiento, las representaciones que los pueblos
indígenas de México formulan sobre el ciclo vital, establecen un vínculo muy
estrecho entre la muerte y la reproducción. De ahí que en muchas regiones indí-
genas del país se considere que la muerte inicia un proceso de purgación tras el
cual el alma está lista para otro nacimiento. En consecuencia, se estima que los
antepasados deben intervenir en los procesos biológicos, porque la vida no podría
ser creada a partir de la nada. Entre los otomíes, como observa Galinier (1990),
no sólo se conserva la creencia de que los huesos de los muertos proporcionan
fertilidad a la tierra, sino también que las nuevas generaciones provienen de
los huesos de los antepasados. Por esta razón se considera que la tierra de los
cementerios, los cadáveres y las osamentas regeneran los campos de cultivo. En
retribución, los muertos deben ser propiciados en las ceremonias de limpieza y
fertilidad de la tierra, pero también convocados durante las fiestas para que se
alimenten de las primeras cosechas.
El arte y la muerte
También el arte se ocupa de este tema: teatro, danza, poesía, plástica y artes populares. La muerte y el duelo son tema obligado prácticamente para todos los escritores y poetas y así tenemos por ejemplo:
DOS CANCIONES INFANTILES
-Calavera, vete al monte
-No, señora, porque espanto.
-Pues ¿adónde quieres irte?
-Yo, señora, al camposanto.
Estaba la media muerte
sentada en un carrizal,
comiendo tortilla dura
pa'ver si podía engordar.
ROMANCE DEL ENAMORADO
YLA MUERTE
Un sueño soñé doncellas,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los dormía.
Vi entrar señora muy blanca,
muy más que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor,
por dónde has entrado, vida?,
las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el amor amante,
soy la muerte, Dios me envía.
ALGUNAS FRASES CURIOSAS
Amaneció muerto
Ya descansó
Pinto mi calavera
Caigo cadáver
Enseñar el petate del muerto
Morir fuera de su hora.
REFRANES
El muerto y el arrimado,
a los tres días apestan.
El muerto y el ausente,
ya no son gente.
La muerte iguala.
Nadie se muere hasta
que Dios quiere.
Boda y mortaja, del cielo bajan.
ALGUNOS SINÓNIMOS
DEL VERBO MORIR
Colgar los tenis
Chupar faros
Doblar el petate
Enfriarse
Entregar el equipo
Estirar la pata
Felparse
Palmarse
Pasar a mejor vida
Pelar gallo o pelarse
Petatearse
Pirarse
Quedarse tieso
Torcerse
CALAVERAS DE CUPIDO
-Ámeme por compasión,
pedazo del alma mía.
-No me hable ya de pasión,
calavera corrompida.
José Guadalupe Posada
NOMBRES DE LA MUERTE
La Afanadora
La Amada Inmóvil
La Apestosa
La Bien Amada
La Blanca
La Cabezona
La Calaca
La Calavera
La Calva
La Canaca
La Canica
La Cargona
La Catrina
La Chicharrona
La Chifosca
La China
La China Hilaria
La Chingada
La Chinita
La Chirifosca
La Chiripa
La Chupona
La Cierta
La Comadre
La Copetona
Costal de Huesos
La Cruel
La Cuatacha
La Curamada
La Dama de la Guadaña
La Dama del Velo
La Descarnada
La Desdentada
La Dientona
Doña Huesos
Doña Osamenta
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